sábado, 24 de abril de 2010

LA SOBERANÍA DE DIOS Y LA VOLUNTAD DEL HOMBRE

LA SOBERANIA DE DIOS Y LA VOLUNTAD DEL HOMBRE

“Porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).

La idea popular que actualmente prevalece es que el hombre tiene “libre albedrío”, y que la salvación viene al pecador por la cooperación entre su
voluntad y el Espíritu Santo.

Negar el libre albedrío del hombre es desacreditarse enseguida. Pero la Biblia dice “No es del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene
misericordia” (Romanos 9:16).

Preguntamos ahora: ¿Qué es la voluntad humana? ¿Es un agente que toma sus propias determinaciones o es a su vez determinada por otra cosa? ¿Es soberana o sierva?.

Se enseña a menudo que la voluntad gobierna al hombre, pero la palabra de Dios declara que el centro dominante de nuestro ser es el corazón;”Sobre
toda cosa guardada guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).
Aquí nuestro Señor descubre la fuente de estos actos pecaminosos, y declara que su origen es el corazón (todo nuestro ser) y no la voluntad.

También dice su palabra: “Este pueblo de labios me honra, mas su corazón lejos está de mí” (Mateo 15:8). Pongamos un ejemplo; un individuo ante
quien se ofrecen dos alternativas: ¿cuál escogerá?.Respondemos que la que más le agrade a él, es decir a su corazón: el centro más recóndito de su
ser.

Ante el pecador se ha colocado una vida de virtud y piedad, y una vida de vicio, entregada al pecado;¿cuál seguirá? La segunda. ¿por qué?
Porque es la que escoge. Pero ¿demuestra eso que la voluntad es soberana? En absoluto. Pues ¿porqué escoge el pecador una vida de entrega al pecado?
Porque la prefiere, y la prefiere a pesar de todos los argumentos adversos. ¿Y por qué la prefiere? Porque su corazón es pecaminoso, (No escoge el pecado, es su naturaleza, ya está ahí).

De igual manera las mismas alternativas se enfrentan con el cristiano, y sin embargo éste se decide y lucha por una vida de piedad y virtud. ¿Por qué?
Porque Dios le ha dado un nuevo corazón.

En cualquier tratado que se proponga estudiar la voluntad humana, debe tenerse en cuenta la voluntad de tres hombres diferentes: Adán, el pecador
y el Señor Jesucristo.

En Adán, antes de caer, la voluntad era libre en ambos sentidos; libre hacia el bien y libre hacia el mal.

Con el pecador (después de la caída, o sea toda la raza humana), las cosas son diferentes; el pecador nace con una voluntad que no está en equilibrio moral, porque en él hay un corazón engañoso.

Pero con respecto al Señor Jesús la cosa fue muy distinta. Cristo difería radicalmente. Él no podía pecar porque era “el Santo de Dios”.

Ahora bien, en contraposición a la voluntad del Señor Jesús y la voluntad de Adán, tenemos la voluntad del pecador, libre, pero siempre propensa al mal.
¿En qué consiste pues la libertad del pecador? El pecador es libre en el sentido de que no es forzado desde fuera, él nunca es forzado a pecar.

Pero no es libre de escoger entre el bien y el mal. Ilustremos esto:
Tengo un libro en la mano. Lo suelto. ¿qué pasa? Cae. ¿en qué dirección? Hacia abajo. ¿porqué? Porque de acuerdo a la ley de gravedad su propio peso
le hace caer. Supongamos que deseo que el libro ocupe una posición un metro más arriba, ¿qué hago? Tengo que levantarlo; un poder externo debe
levantarlo. Tal es la relación que el hombre caído tiene con Dios.

¿Cómo podrá el pecador ir al cielo? ¿Por un acto de su propia voluntad? NO. Un poder externo a él debe levantarlo y sostenerlo.
¿Está dentro de los límites de la voluntad humana aceptar o rechazar al Señor Jesucristo como Salvador? ¿Está en su propio poder ceder ante Dios? NO y NO.

Si la voluntad de una criatura caída ha de ir hacia Dios alguna vez, es preciso que un poder divino obre sobre ella, venciendo las influencias del pecado que tienden en dirección contraria.
Esto es solamente otra manera de decir “ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44).

SI CRISTO VINO A SALVAR LO QUE SE HABÍA PERDIDO, EL LIBRE ALBEDRÍO NO TIENE CABIDA.

La voluntad no es libre, porque el hombre es esclavo del pecado (Juan 8:36).

Para que un pecador sea salvo fueron indispensables tres cosas: Dios Padre tuvo que “proponerse” su salvación; Dios Hijo tuvo que “comprarla” y Dios
Espíritu Santo tiene que “aplicarla”.

Respondamos a la objeción acostumbrada e inevitable: ¿Porqué predicar el Evangelio si el hombre es impotente para responder al mismo?.

No predicamos el Evangelio porque creamos que el hombre tiene libre albedrío, sino que lo predicamos porque se nos ha mandado hacerlo (Marcos 16:15) (1 Corintios 1:25).

A la sabiduría carnal le parece el colmo de la locura predicar el Evangelio a los que están muertos y son totalmente incapaces de hacer algo
por si mismos. El hombre quizás considere locura profetizar a los “huesos secos” y decirles: “Huesos secos, oíd palabra de Jehová” (Ezequiel37:4).

Los sabios habrían dicho junto a la tumba de Lázaro que era señal de demencia el que el Señor se dirigiese a un hombre muerto y le diga: “Lázaro, ven fuera”.

Por lo tanto salimos a predicar el Evangelio no porque creamos que los pecadores tienen en sí el poder de recibir al Salvador, sino porque el
propio Evangelio es poder de Dios para salvación a todo aquel que en él cree, y porque sabemos que “todos los que estaban ordenados para vida
eterna”, creerán en el momento que Dios ha designado.

Alabado sea Dios que tiene “nuestros tiempos en sus manos” Salmo 31:15 

Hay cosas que como humanos nos pega a nuestro orgullo, por eso no es fácil que aceptemos que el "libre albedrío" no existe como tal

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